sábado, 17 de septiembre de 2016

Propiedades de la Materia





La ciencia en el México colonial e independiente



La actividad científica que tuvo lugar en la Nueva España, en el siglo XVI, estuvo enmarcada en la ciencia europea. España había participado activamente en el desarrollo científico y técnico del Renacimiento y la conquista de América le permitió, así como a Portugal, aumentar su protagonismo en el avance científico de esa centuria. Ramas del conocimiento como la Astronomía -en su aplicación a la navegación-, la Geografía, la Cartografía, la Medicina, y la Botánica tuvieron un impulso importante. También se acrecentaron los conocimientos matemáticos relacionados con el cálculo mercantil y la medición; así como, las técnicas y la fabricación de instrumentos científicos, la metalurgia y la construcción naval. Las contribuciones hispanolusitanas y la enseñanza de lo aprendido de los habitantes locales y lo descubierto de la naturaleza del nuevo mundo, aunado a los desarrollos, que entonces surgieron en las ciencias del resto de Europa contribuyeron en la renovación de la imagen de la naturaleza y del hombre. Al implantarse durante el siglo XVI la ciencia renacentista europea en América, y le correspondió a la Nueva España un lugar destacado, en un primer momento, en la asimilación de los saberes científicos y después en el cultivo de ellos.
La Revolución Científica, aunque se gestó desde la centuria anterior, llegó a su plena madurez a lo largo del siglo XVII. Contrariamente a la opinión tradicional, España entró en contacto con la ciencia moderna en ese mismo siglo. Si bien, en el proceso de incorporación se produjeron varias etapas que correspondieron a la evolución general de la sociedad española. En los primeros treinta años la ciencia española fue una prolongación de la renacentista, desinteresándose por los nuevos planteamientos. En los años centrales de ese siglo se introdujeron en el ambiente científico español elementos modernos, que fueron aceptados como meras rectificaciones de detalle a las doctrinas tradicionales o simplemente rechazados. En las dos últimas décadas del siglo, algunos autores hispanos iniciaron el rompimiento con los esquemas clásicos y la asimilación sistemática de las nuevas corrientes. Este período fue una verdadera preilustración y los historiadores lo denominan el de los Novatores.
Cuando se erigieron en México instituciones inspiradas en sus correspondientes españolas, como el Jardín Botánico de Madrid o el Semanario de Vergara, se difundieron ciencias como la Química Lavosiana y la Metalurgia de Born; se establecieron profesiones como las de perito facultativo minero, botánico o químico; sin embargo, al instituirse formas de organización del conocimiento, del trabajo y de la producción no se tomaron en cuenta las características socio-culturales vigentes en el país.
La evolución de esta literatura científica, entre 1768 y 1810, permitió seguir el curso del fuerte debate ideológico llevado a cabo por los ilustrados contra la escolástica y el saber tradicional. Se percibe, igualmente, la gradual introducción del pensamiento científico moderno (Copérnico, Newton, Buffon, Lineo, Lavoisier, etc.) y las intensas polémicas que mantuvieron los científicos criollos (Alzate, Unánue, Bartolache, Espejo, Mejía, Caldas, etc.) con españoles y europeos (Martí, Cervantes, De Paw, Reyna, Robertson, etc.) para reivindicar la cultura científica, la historia y la naturaleza americanas frente a los desprecios, ataques y calumnias de que fueron objeto en repetidas ocasiones.
La difusión de las teorías científicas modernas en América tiene antecedentes notables en el siglo XVII, particularmente en la física, astronomía y matemáticas; sin embargo, su asimilación se inició tardíamente, hacia la mitad del siglo XVIII, y solo adquirió fuerza en el último tercio del mismo. A partir de ese momento, se produjo una notable actualización de los conocimientos, un interés por su uso práctico e investigaciones en algunas de las aéreas que exhiben una contemporaneidad con respecto a lo que se hacía en Europa en la misma época, como lo atestiguan diversos estudios en química, metalurgia y mineralogía. Los sistemas taxonómicos linéanos y, en general, la botánica moderna y otra ramas de la historia natural.
La proclamación de la Independencia de México, que tuvo lugar el 27 de septiembre de 1821, también motivó a percatarse que la ciencia mexicana obtenía su libertad, ya que pasó a ser parte constitutiva del estado nacional que se había creado, y así lo afirman Pablo de la Llave y Juan José Martínez de Lejarza al publicar su obra botánica en 1824. Llave era un clérigo criollo que se formó como botánico en España en donde llegó a ser catedrático y director del Jardín Botánico. Fue también diputado en las Cortes de Cádiz en 1820 y a su regreso a México fue Ministro de Justicia en 1823 en el gobierno que preparó la primera organización política republicana y constitucional. Martínez de Lejarza estudió en el Seminario de Minería, y en el ejército colonial alcanzó el grado de teniente coronel, del que se separó en 1810, por razones patrióticas. En 1822 escribió y publicó un Análisis Estadístico de la Provincia de Michoacán, el primer estudio estadístico e histórico de una región del México independiente y antecedente de los que por encargo gubernamental se empezaron a elaborar sobre otras regiones.
La obra botánica en latín de estos naturalistas cuenta con dos volúmenes y lleva por título "Descripciones de Nuevos Vegetales" y está dedicada a Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Ignacio Aldama, Mariano Abasolo, José María Morelos y Pavón y Mariano Matamoros, entre otros: "...declarando en grande sumo de la patria beneméritos, muy honoríficamente declarados, las nueve especies contenidas en este fascículo dedican."